El Peso Justo
tu blog para sentirte bien
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¿Piensas que si comieses todo lo que tu estómago te pide posiblemente a día de hoy no entrarías por la puerta de tu casa? ¿Tienes la sensación de que siempre tienes hambre, incluso al poco rato de acabar de comer?
Aunque te parezca que en vez de estómago tienes un pozo sin fondo, posiblemente tu problema se encuentre un poquito más arriba, ¡en tu cabeza!.
Por un lado tenemos el hambre fisiológico o real, que es la sensación que aparece en el estómago cuando llevamos tiempo sin comer, y nos indica una necesidad de alimentos. Por otro, el hambre psicológico o emocional, en el que el cuerpo nos envía señales de que deberíamos ingerir cierto tipo de alimentos, generalmente de forma compulsiva y sin existir una verdadera necesidad de los mismos. Este último tipo puede hacer que comamos en exceso o de forma inadecuada.
Hay quien le echa la culpa a la ansiedad. Ésto no es del todo cierto ya que la ansiedad es el síntoma que se genera, no la causa del problema.
Nuestra vida afectiva suele guardar una estrecha relación con nuestra conducta alimentaria, así que en muchas ocasiones podemos encontrar el verdadero origen de estos impulsos en sentimientos como el estrés, la tristeza y la frustración, entre otros. Además, la comida ha sido uno de los ansiolíticos más utilizados desde siempre en el momento de abordar cualquier conflicto interno.
No pasa nada si comemos motivados por la ansiedad un día puntual que estamos de bajón, o cuando nos damos cuenta de que nos ha pillado el toro para el próximo examen, el problema aparece cuando casi de manera rutinaria solemos afrontar las comidas movidos por el hambre emocional.
Cuando esto ocurre, el primer paso para que dejen de aparecer estos episodios es ser consciente de que este problema existe.
Antes de plantearnos acudir un psicólogo, puede ser interesante intentar controlar el hambre psicológico nosotros mismos y trabajar nuestra fuerza de voluntad.
Cuando aparezcan esa sensación de hambre injustificada y antes de asaltar la nevera, respira y hazte estas cinco preguntas. Si contestas afirmativamente a una o varias de ellas, posiblemente tu hambre no sea real.
En cuanto consigamos identificarlo, el resto será cuestión de fuerza de voluntad.
Cuando pase por tu cabeza la frase “¡me lo merezco por ...!” es bastante posible que estés a punto de cometer un sacrilegio alimentario. Así que ¡detente! y piensa en las consecuencias que tendrán tus acciones y si no hay una opción mejor para premiarte.
Recuerdas que llevas en el bolso una pera para la merienda, pero por alguna extraña razón sabes que una pieza de fruta no disminuirá nada el enorme vacío que hay en tu estómago. ¡Lo único que puede salvarte de morir de inanición es un buen trozo de chocolate!
El hambre fisiológico no es tan exquisito, y se puede lidiar con cualquier alimento. Como dicen las abuelas, “a buen hambre no hay pan duro”.
Si incluso antes de empezar ya prevees que la respuesta SI, hay una probabilidad del 99% de que estés a punto de darte un buen atracón. Suele ser un claro indicador de que vas a comer sin hambre, y lo más posible es que sea en mayor cantidad de lo necesario, y con los productos no más adecuados.
Quizás ésta sea la señal más significativa de que tu hambre es puramente psicológico.
Creo que a todos nos ha pasado. Estás tranquilo haciendo cualquier cosa y de repente “te acuerdas” de que tienes un hambre terrible. Esa sensación repentina de vacío estomacal seguramente esté producida por estrés, tristeza o, en la mayoría de los casos, aburrimiento. El hambre físico aparece poco a poco y va aumentando a lo largo del tiempo.
A no ser que lleves muchas horas sin probar bocado y notes que puedes estar al borde del síncope, el hambre físico te permite esperar algo de tiempo sin comer. Si tienes la enorme necesidad de comer en ese preciso momento, lo más seguro es que no tengas hambre de verdad.
Otras señales de que estás comiendo con ansiedad son no comer tranquilo y casi ni masticar los alimentos, ¡La cuestión es engullir!
Como ya hemos comentado en otras ocasiones, muchas veces confundimos la sed con hambre, por lo que antes de hacernos todas estas preguntas deberíamos descargar que nuestro cerebro no nos está jugando una mala pasada bebiendo un buen vaso de agua.
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